Hace casi treinta años que la comunidad científica internacional alzó la voz, de alarma, sobre un grupo de sustancias químicas, denominadas disruptores endocrinos (contaminantes hormonales), los cuales son capaces de afectar al sistema endocrino, ocasionando el declive de poblaciones de animales silvestres, así como patologías y enfermedades en las personas.
Y no es broma, ya que estas sustancias (unas 1500 según los registros científicos) que son capaces de alterar el sistema hormonal, ya traspasaron la frontera de los productos industriales y ahora se pueden encontrar en pesticidas, fragancias, plásticos (envases y/o juguetes), cosmética, textiles o productos de higiene… ¿Y qué sucede con esa exposición? Pues está relacionada con daños al sistema reproductor (malformaciones, infertilidad, endometriosis, pubertad precoz, etc.), cánceres hormonodependientes (mama, próstata, testículos, tiroides, etc), daños al neurodesarrollo (reducción del coeficiente de inteligencia, hiperactividad) y al sistema inmunológico y al metabolismo (obesidad y diabetes), entre otras muchas enfermedades. Sirva como ejemplo las acciones de Ecologistas en Acción, que han destapado la amplia presencia de mezclas de disruptores endocrinos en los ríos y en los alimentos en España.
¿Y qué se ha hecho hasta ahora frente al grave problema? Pues más bien poco, a pesar de que desde el año 1999 algunos países, como los nórdicos y sus gobiernos, junto con la comunidad científica, lograron la publicación de una Estrategia Europea para abordar el problema, así como que se regularon los usos industriales de estas sustancias (Reglamento REACH) en 2006 y se prohibió su uso como plaguicidas en 2009; sin embargo, a la hora de poner todo ello en práctica, la industria química comenzó a idear formas de paralizar la aplicación de la normativa sobre disruptores endocrinos. En primer lugar, con el retraso y el bloqueo en la aprobación de los criterios que definen qué sustancias tienen que ser reguladas (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones); y, en segundo lugar, consiguiendo quitar la responsabilidad sobre el tema a la Dirección General de Medio Ambiente de la Comisión Europea para dársela a la de Salud y Seguridad Alimentaria (que está mucho más próxima a los postulados de la industria). Para que nos demos cuenta contra quien se lucha en este mundo al servicio de unos pocos, un nuevo proceso que llevará varios años, el último paso consiste en dilatar la prohibición de estas sustancias ha sido la decisión de la Comisión de revisar la normativa relacionada con los disruptores endocrinos como parte de su programa «Legislar mejor», cuyo objetivo es simplificar la legislación europea y eliminar cargas innecesarias para la industria.
Aunque el panorama no es el mejor, se ha evitado que se modificara el Reglamento de Plaguicidas, se ha conseguido detener el uso de sustancias en artículos de consumo (algunos ftalatos, nonilfenoletoxilatos, el uso del bisphenol-A en papel térmico)y, en algunos países europeos, se ha conseguido que empresas y municipios adopten medidas para evitar estas sustancias. Conviene poner especial énfasis en que es más importante el momento en el que se está expuesto a estas sustancias, que las dosis a la que se está expuesto, según la comunidad científica. Y es que la exposición a disprutores endocrinos (contaminantes hormonales) durante el desarrollo embrionario y fetal en el útero materno, es especialmente sensible durante la infancia y la adolescencia, cuando el organismo se está desarrollando; ya que la exposición a estas sustancias durante estos periodos está relacionada también con graves enfermedades que aparecen durante la edad adulta, por ejemplo el cáncer de mama. Por ejemplo, los investigadores también han desvelado que la exposición a mezclas de concentraciones muy bajas de estas sustancias (concentraciones que se consideran seguras para sustancias individuales), puede ocasionar graves daños a la salud. En espera de mejores tiempos, sin duda, lo mejor es reducir todo lo posible nuestra exposición a sustancias químicas (pesticidas, fragancias, cosméticos, plásticos (envases, juguetes…), sobre todo de mujeres jóvenes y embarazadas, niños y adolescentes.