Un gran león pretencioso, el rey de la selva, solía mirar por encima del hombro a los demás animales. Tan soberbio era que, según él mismo, se bastaba a si mismo para conseguir todo aquello que pudiera necesitar. Incluso llegó a asegurar que, aunque en un momento dado su vida dependiese de otro, jamás recurriría al auxilio de nadie.
Sin embargo, cierto día vino a suceder aquello que tanto había presagiado. Había caído en un hoyo profundo que estaba escondido bajo unas ramas y su vida corría peligro. Fue en ese preciso momento, aunque demasiado tarde, cuando el león se dio cuenta de que aquella actitud soberbia no le había conducido a nada bueno. Y es que, aunque solicitara la ayuda de sus vecinos, a quienes tanto había humillado, estos no iban a responder a su llamada. Fue así como el león murió sin que nadie lo supiera ni lo lamentara.
Resumen: quien no buscó amigos en la alegría, que en la desgracia no los pida.