Un hombre, su caballo y su perro iban de camino. Después de mucho andar, el hombre se dió cuenta que tanto él, como su caballo y su perro habían muerto (a veces los muertos toman tiempo para comprender su nueva condición). La caminata era muy larga, montaña arriba; el sol era fuerte y ellos estaban cansados, sudados y tenían mucha sed. Necesitaban desesperadamente agua. En una curva del camino vieron una puerta magnífica, toda de mármol que conducía a una plazoleta con piso de oro, en el centro de la cual había una fuente de la que brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al guardián que, dentro de una ornamentada casilla, vigilaba la entrada.
-«Buenos días», le dijo.
-«Buenos días», respondió el guardián.
-«¿Qué lugar es este, tan lindo?» preguntó el hombre.
-«Este es el Cielo», fue la respuesta.
-«¡Qué suerte que llegamos al Cielo! Estamos con mucha sed», dijo el hombre. Seguir leyendo