Está claro, que cada vez existen más evidencias de que la microbiota, o flora intestinal, lleva a cabo un papel clave, no sólo en la salud física, sino también en la psicológica y emocional de las personas. Tan evidente, como que en el cuerpo humano existen dos sistemas nerviosos: el sistema nervioso central (conformado por el cerebro y la médula espinal) y el sistema nervioso entérico (el sistema nervioso intrínseco del tracto gastrointestinal); conectados por medio de un nervio muy importante (llamado nervio vago) que es el responsable de unirlos como una especie de autopista principal, y mediante el cual las bacterias del intestino lo utilizan para traspasar información al cerebro. Y, por si no lo sabías, el intestino manda más señales al cerebro que el cerebro al intestino.
Pues bien, y aunque el estudio del que vamos a comentar ya tiene un tiempo (fue publicado en la revista Gastroenterology en el año 2013), viene de actualidad para con nosotros, ya que, y después de casi un año de prueba de los productos que comercializamos para con la microbiota, vamos a ir escribiendo y subiendo artículos e información a nuestro blog y web. Comencemos por describir la microbiota, que está formada por alrededor de unas 2.000 especies distintas de bacterias diferentes, las cuales llevan a cabo un papel beneficioso para con nuestra salud (como la absorción de nutrientes y son imprescindibles para la síntesis de determinados compuestos, como la vitamina K y otras del complejo B), siendo tan sólo unas 100 especies las que pueden llegar a ser perjudiciales para nuestro organismo.
Hasta ahora, la mayoría de las investigaciones sobre la influencia de los organismos intestinales sobre las emociones se han efectuado en animales; en las cuales se ha comprobado, por ejemplo, que la microbiota de los roedores puede modificar su comportamiento. Pero tras este estudio, se ha demostrado que la misma asociación afecta a los seres humanos. Los científicos se dispusieron a analizar muestras fecales de 40 mujeres sanas, con edades comprendidas entre los 18 y los 55 años, y dividieron los resultados de los análisis en dos grupos, en función de la composición de su flora intestinal; en uno de los grupos analizados mostró una mayor abundancia de un tipo de bacteria llamada Bacteroides, mientras que el otro grupo disponía de una abundancia mayor de otra bacteria denominada Prevotella. Después, dichos investigadores, escanearon el cerebro de las participantes a través de imágenes de resonancia magnética, mientras les mostraban diversas imágenes pensadas para provocar una reacción emocional, ya sea positiva, negativa o neutra; y así pudieron comprobar que las personas que tenían una flora intestinal dominada por Bacteroides tenían una materia gris más densa en el córtex frontal y las regiones insulares (las zonas del cerebro especializadas en el tratamiento de informaciones complejas), así como mostraban un hipocampo (zona cerebral implicada en la memoria) más voluminoso; mientras tanto, las personas del segundo grupo tenían menos desarrolladas esas mismas áreas cerebrales, confirmando que existe una estrecha relación entre las regiones emocionales, sensoriales y las de la atención, que tenemos en el cerebro, y la composición de la flora intestinal. Además, cuando los investigadores mostraron imágenes negativas, las participantes que tenían más bacterias Pretovella, mostraban una actividad más pobre en la región del hipocampo, al mismo tiempo que presentaban niveles de ansiedad, estrés e irritabilidad más elevados cuando miraban las imágenes.
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