El método de la potabilización del agua para el consumo humano, comenzó a principios del siglo XX (1908) en los USA, más concretamente en Jersey City (Nueva Jersey). Y todo debido al hecho de que tras un juicio, en la Corte Superior de Nueva Jersey, que terminó ese año (había comenzado en el 1906), en el que se acusaba a la Jersey City Water Supply Company (JCWSC) de que tres o cuatro veces al año, las aguas que proporcionaba a la ciudad no eran «puras y saludables», a pesar de que en el contrato venía reflejado que así debería de ser.
Sin embargo, todo comenzó antes, en 1899, cuando en Jersey City había un grave problema de contaminación del agua que consumían debido a las aguas fecales. Por ello, es cuando deciden construir el embalse de Boonton (26,5 hectómetros cúbicos), que se terminó en el año 1904; y desde aquí, y a través de una tubería de 37 kilómetros, se llevaba el agua hasta la ciudad, pero sin ningún tratamiento de la misma. Quien se encargó de dicho proyecto, fue la Jersey City Water Supply Company (JCWSC), la cual contrató como asesor sanitario al Dr. John L. Leal, cuya función era asegurar la salubridad de las aguas eliminando las letrinas y otras fuentes de aguas fecales que se situaban aguas arriba del embalse. En aquel juicio, la compañía JCWSC fue condenada a la construcción de un alcantarillado que impidiera que las aguas fecales llegaran al embalse, o bien crear «otros planes o dispositivos» que hicieran que el agua alcanzara la calidad requerida (con sólo tres meses de tiempo hasta la celebración de un segundo juicio).
Ante esta tesitura, el Dr. John L. Leal responable del proyecto y experto en bacteriología, se plantea la utilización de hipoclorito de calcio en el agua; como ya había hecho con anterioridad, siendo Jefe de Salud Pública en la ciudad de Paterson (New Jersey), ya que le había sido útil para desinfectar casas donde se habían encontrado enfermedades infecciosas como la fiebre escarlata o la disentería. Para ello contrató a George F. Fuller, un higienista muy respetado de la época, para que diseñara y construyera la primera planta de cloración continua de agua, usando el hipoclorito de calcio; dicha planta trataba 141.400 metros cúbicos de agua al día para una población de 200.000 personas. Sin embargo, aunque ahora parezca muy normal, usar cloro para tratar el agua potable en aquella época era impensable ya que es, ni más ni menos, que un potente veneno; de hecho, es el principal causante de la aparición de los trihalometanos. Y como lo que se buscaba, era encontrar una solución de urgencia, ante la inminente celebración del segundo juicio, para sorpresa de todos tuvo como resultado que nadie salió enfermo o herido, sino que se produjo una gran caída en las enfermedades debido al consumo de agua.
Y, entonces, llegó el segundo juicio contra la JCWSC… En el mismo, se iba a dirimir si esos “otros planes y dispositivos” habían conseguido un agua «pura y saludable»; para ello se escucharon muchos testimonios y se aportaron cientos de pruebas. Y, según recoge el acta del juicio, el juez William J. Maggie se dirigió al Dr. John Leal:
– juez: ¿Usted bebe esa agua?
– John Leal: Sí señor.
– juez: ¿Habitualmente?
– John Leal: Sí señor.
– juez: ¿Tendría algún problema en dársela de beber a su mujer o a su familia?
– John Leal: Creo que es el agua más segura del mundo.
La sentencia dio finalmente la razón a la compañía con este dictamen: «Por lo tanto, encuentro e informo que este dispositivo es capaz de hacer que el agua entregada a Jersey City sea pura y saludable para los fines a que se destina y es eficaz para eliminar del agua esos gérmenes peligrosos».
A día de hoy, la cloración del agua es un estándar de desinfección para el agua reconocida por la OMS; sin embargo, también la reconoce como el mal menor a la hora de potabilizar el agua para el consumo humano. En el año 2013, un grupo de personas de la sección de New Jersey de la American Water Works Association, se reunieron para reconocer la olvidada contribución de John Leal (debido a que George A. Johnson, un operador de la planta y técnico de laboratorio que se atribuyó todo el mérito) para levantar un monumento en su tumba como «Héroe de la Salud Pública».