Aunque a la vista está que las monarquías no gobiernan en Europa, sí parece que las cosas de palacio van despacio. Sobre todo en lo concerniente a la seguridad y salubridad de sus ciudadanos. Dentro de la Unión Europea, y en su organigrama, contamos (porque la pagamos todos los europeos) con una Oficina Europea de Medio Ambiente.
Y según nos cuentan ellos mismos: «La EEB aborda los problemas ambientales más apremiantes de Europa mediante el establecimiento de la agenda, el seguimiento, el asesoramiento y la influencia en la forma en que la UE aborda estos problemas. Estos incluyen temas como el cambio climático, la biodiversidad, la economía circular, el aire, el agua, el suelo, la contaminación química, así como políticas sobre la industria, la energía, la agricultura, el diseño de productos y la prevención de desechos, entre otros. También somos activos en temas generales como el desarrollo sostenible, el buen gobierno, la democracia participativa y el estado de derecho en Europa y más allá.» Es decir, con estas bonitas palabras, y la enorme cantidad de dinero que disponen para llevar a cabo su trabajo, todos nos quedamos más tranquilos ¿cierto?
¡Pues resulta que no! Al contrario, cuanto más investiga uno más sorprendido, y abandonado, se queda uno en ésta Europa del primer mundo y avanzada en sus derechos civiles. Pues resulta que falla el control de los contaminantes químicos a los que se ve expuesta la población europea… ¡¡¿Cómo?!! Pues resulta que en los últimos años, cientos de sustancias químicas incluidas en multitud de multitudes de productos y materiales con los que estamos en contacto a diario (dichas sustancias han sido incluidas por autoridades de distintos países en un registro especial que engloba todos aquellos productos cuya seguridad está en entredicho, solicitando a la Unión Europea que las estudie en profundidad) no se analizan con la diligencia y rapidez que se le presupone a una de las zonas más preparadas y capacitadas. Nos cuentan (ellos mismos) que desde el año 2012 solo han sido analizadas 94 de las 375 sustancias incluidas en esa lista; y los resultados son totalmente alarmantes: casi la mitad de ellas (en concreto 46) han sido calificadas de peligrosas para la salud humana y para el medio ambiente.
El caso es que refieren a la lentitud en las investigaciones se debe, en muchos casos, a que las empresas químicas ocultan los datos requeridos por las autoridades (¡¡¿mande?!!). Y, a pesar de ello, pueden seguir comercializándose (durante el plazo de estudio la sustancia no se prohíbe cautelarmente, sino que se sigue utilizando por parte de la industrial; de hecho, algunas sustancias han llegado a distribuirse durante 16 años antes de prohibirse). Viendo las argucias a que se les permite a las industrias en cuestión, habrá que suponer (piensa mal y acertarás) que, seguramente, son muchas más las sustancias nocivas para la salud de las personas que las 375 registradas, ya que en realidad hay decenas de miles de componentes químicos utilizados en la actualidad en la fabricación de todo tipo de materiales.
Sin duda se trata de una situación alarmante que, según los propios autores de un reciente informe publicado por la Oficina Europea del Medio Ambiente (una red de más de 150 organizaciones medio ambientales ciudadanas con sede en más de 30 países) y que denuncia la situación, implica una enorme exposición de la población a estas sustancias, «contribuyendo a una ‘epidemia silenciosa’«.